Hay mucha gente que piensa que los primeros años de la educación solo son importantes desde el punto de vista asistencial. Parece que basta con que los niños estén bien cuidados, sanos y tengan un ambiente relajado y lleno de cariño.
Nadie puede discutir que eso sea imprescindible, pero para nosotros solo es un punto de partida. Hay mucho más que se debe hacer.
La maduración del cerebro del niño es un factor determinante para decidir qué se debe y qué se puede hacer en los primeros años de la vida. Hay una realidad física que nos preocupa y a la vez nos hace sentir que tenemos una gran responsabilidad. Hacia los 6 años el cerebro lleva a cabo lo que los científicos llaman una «poda neuronal»: se eliminan las terminaciones nerviosas que no se han usado y el cerebro las pasa a considerar inservibles. De ello deducimos que nuestra acción educativa debe estar guiada por una planificada, intensa y variada actividad de estimulación, con el fin de activar todo lo que sea posible poner en marcha.
Por otro lado, hoy en día se habla de «ventanas de oportunidad»: momentos que luego no vuelven. Hay investigaciones en las que analizaron casos de niños que habían perdido temporalmente alguna capacidad sensitiva, y que al recuperarla más tarde, ya no podían aprovecharla al mismo nivel que los demás. Se habla, por ejemplo, de la plasticidad fonética y auditiva entre los 3 y los 6 años, que luego se reduce. Ello justifica la tendencia a poner cada vez más temprano y de forma cada vez más intensiva, a los niños en contacto con lenguas extranjeras y en concreto con el inglés.
Ambas tesis, la poda neuronal, y las ventanas de oportunidad, justifican la necesidad de elegir una escuela muy activa, basada en la estimulación.
Pero no todo queda ahí: nuestras propias investigaciones sobre la formación de la personalidad de los niños nos han conducido a pensar que a los 6 años ya se han puesto las bases de la personalidad. Después de esta etapa se podrán perfeccionar y pulir los defectos, pero partiendo de unos “cimientos” que ya están consolidados. Más carga de responsabilidad para padres y profesores, que deben considerar imprescindible trabajar el equilibrio personal y las habilidades sociales de los niños.
Si hubiera que resumir los grandes objetivos de nuestro programa de trabajo lo haríamos así: conseguir niños curiosos, con habilidades sociales básicas, que avanzan en la conquista de la autonomía, y están atendidos de manera que se respeta y potencia su individualidad.
Pero esto no quiere decir que estemos en la línea de la aceleración de aprendizajes: estimular es una cosa y forzar el proceso para alcanzar objetivos es otra. Se trata de avanzar con ellos, de construir poco a poco una forma de relacionarse con el mundo y con los otros.
Por eso tampoco nos gusta la introducción anticipada de los medios tecnológicos, ya ven demasiados vídeos y televisión fuera del colegio. Nosotros preferimos que sean activos hasta cuando juegan; el juego enseña mucho pues a través de él, los niños procesan y reelaboran sus experiencias. Viviremos en un entorno tecnológico y esto es muy llamativo, pero por encima de las modas, en infantil hay que ver el mundo desde la mirada del alumno.
Este es, en definitiva, nuestro modelo de enseñanza. Variedad en la estimulación para activar todos los aspectos de la inteligencia (esta es la razón de que haya tantos profesores especialistas: plástica, música, Educación Física, dibujo, taller de lengua, idiomas…). Actividad en el aula. Flexibilidad y adaptación a los procesos de maduración de cada niño. Crear un clima de cariño y atención personal porque todos aprendemos mejor cuando nos sentimos queridos.
Enrique Maestu
Director del CVE